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Hablan de sal tus labios,
de una tierra castigada
por la oleada marítima,
y buscando tus ojos
divisé palomas en el cielo,
y buscando tu risa
observé tus manos de terciopelo.

Deseo es el idioma de tu mirada
profunda la herida que te daña,
en el castizo suburbio de rocas
maltrechas, encontré tu nombre ácido

asiduo acre que empuña tu alma
perpetua estatua de emblema podrido,
que asiste a su funeral
cubriendo su cuerpo de pluma y fiesta.

Sólo somos tiempo,
la distancia es la medida
de los pasos en los que nos
aproximámos...

Para subir a los hombros del gigante.

Primero: coja una cuerda, cuelgue en su extremo un cubo mediano, cargue en su interior todo aquello que siempre le han enseñado.

Segundo: apunte a las rodillas del gigante, rodeelo, con toda la fuerza que ya ha demostrado en su existencia, en su día a día.

Tercero: suba por la pantorrilla, ya no necesita todos esos recuerdos que le causaron dolor, deshagase de ellos, son un peso innecesario para su hazaña.

Cuarto: siga subiendo por el torso, así no podrá verle. Esconda sus ojos en cualquier oscuro cuchitril... algunos ya tienen experiencia en esto.

Quinto: Prosiga por su cuello, y mantengase alerta en sus manos, escupa todos los miedos que le mostraron a la oscuridad, pues sólo es la ausencia de luz, y ésta la creación del color...

Sexto: Suba a su hombro, y cante la canción que amenazó su vida.

Séptimo: Acabe con el gigante...
Voy a ser sincero. He saltado desde el puente de la cordura hasta el río seco y degradado de la razón ilógica. Aquí, se han roto las leyes, pero existen normas extinguidas en el silencio. Aquí, la libertad es la esclavitud de los conceptos estructurados. Sin destino, rumbo, camino, y otras limitaciones redactadas.
Voy a volver a mentir. Permanezco sentado en el borde de una pequeña silla, y aquí estás tú. ¿Qué te induce a volver? Aquí, no queda nada; como allí, nada te hizo que volvieras, como allá no hay nada que te impida volver. Con mil destinos, rumbos y caminos, y tantas limitaciones... ya conocidas.